| Capítulo 10 |
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Y DESPUÉS de estas cosas, designó el Señor aun otros setenta, los cuales envió de dos en dos delante de sí, á toda ciudad y lugar á donde él había de venir. |
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Y les decía: La mies á la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros á su mies. |
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Andad, he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. |
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No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y á nadie saludéis en el camino. |
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En cualquiera casa donde entrareis, primeramente decid: Paz sea á esta casa. |
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Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá á vosotros. |
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Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os dieren; porque el obrero digno es de su salario. No os paséis de casa en casa. |
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Y en cualquiera ciudad donde entrareis, y os recibieren, comed lo que os pusieren delante; |
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Y sanad los enfermos que en ella hubiere, y decidles: Se ha llegado á vosotros el reino de Dios. |
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Mas en cualquier ciudad donde entrareis, y no os recibieren, saliendo por sus calles, decid: |
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Aun el polvo que se nos ha pegado de vuestra ciudad á nuestros pies, sacudimos en vosotros: esto empero sabed, que el reino de los cielos se ha llegado á vosotros. |
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Y os digo que los de Sodoma tendrán más remisión aquel día, que aquella ciudad. |
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¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Bethsaida! que si en Tiro y en Sidón hubieran sido hechas las maravillas que se han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. |
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Por tanto, Tiro y Sidón tendrán más remisión que vosotras en el juicio. |
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Y tú, Capernaum, que hasta los cielos estás levantada, hasta los infiernos serás abajada. |
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El que á vosotros oye, á mí oye; y el que á vosotros desecha, á mí desecha; y el que á mí desecha, desecha al que me envió. |
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Y volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. |
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Y les dijo: Yo veía á Satanás, como un rayo, que caía del cielo. |
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He aquí os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. |
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Mas no os gocéis de esto, que los espíritus se os sujetan; antes gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. |
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En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas á los sabios y entendidos, y las has revelado á los pequeños: así, Padre, porque así te agradó. |
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Todas las cosas me son entregadas de mi Padre: y nadie sabe quién sea el Hijo sino el Padre; ni quién sea el Padre, sino el Hijo, y á quien el Hijo lo quisiere revelar. |
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Y vuelto particularmente á los discípulos, dijo: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis: |
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Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oir lo que oís, y no lo oyeron. |
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Y he aquí, un doctor de la ley se levantó, tentándole y diciendo: Maestro, ¿haciendo qué cosa poseeré la vida eterna? |
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Y él dijo: ¿Qué está escrito de la ley? ¿cómo lees? |
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Y él respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y á tu prójimo como á ti mismo. |
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Y díjole: Bien has respondido: haz esto, y vivirás. |
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Mas él, queriéndose justificar á sí mismo, dijo á Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? |
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Y respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalem á Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; é hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. |
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Y aconteció, que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, se pasó de un lado. |
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Y asimismo un Levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, se pasó de un lado. |
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Mas un Samaritano que transitaba, viniendo cerca de él, y viéndole, fué movido á misericordia; |
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Y llegándose, vendó sus heridas, echándo les aceite y vino; y poniéndole sobre su cabalgadura, llevóle al mesón, y cuidó de él. |
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Y otro día al partir, sacó dos denarios, y diólos al huésped, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que de más gastares, yo cuando vuelva te lo pagaré. |
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¿Quién, pues, de estos tres te parece que fué el prójimo de aquél que cayó en manos de los ladrónes? |
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Y él dijo: El que usó con él de misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. |
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Y aconteció que yendo, entró él en una aldea: y una mujer llamada Marta, le recibió en su casa. |
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Y ésta tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose á los pies de Jesús, oía su palabra. |
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Empero Marta se distraía en muchos servicios; y sobreviniendo, dice: Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile pues, que me ayude. |
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Pero respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada: |
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Empero una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada. |